lunes, 22 de noviembre de 2010

LADRONES


Acoso y despojo a cuentahabientes





Crónicas urbanas




Humberto Ríos Navarrete


.La mujer había ahorrado 340 mil pesos en una empresa inversora de fondos. Eran para cualquier emergencia. Y llegó la ocasión. Fue el pasado 4 de noviembre. Había adquirido un departamento. Un empleado de la compañía depositaria, sin embargo, le dijo que por seguridad no podía elaborar un cheque a nombre de terceros, sino al de ella, y no tuvo otra salida que aceptar.



Ese día, a las 14:00 horas, acompañada de su esposo y su hijo, se presentó a la empresa y le entregaron el cheque en Bancomer. En ese instante llegó “el licenciado” Prado, representante de la constructora, a quien la mujer mostró el documento. Prado elaboró el escrito del finiquito por la compra del inmueble y se lo entregó a la mujer. Ésta lo guardó en su bolso de mano.










Los tres decidieron trasladarse a una sucursal de la institución financiera, ubicada sobre las calzadas Miramontes y Las Brujas. La mujer y Prado se formaron en la fila, frente a una ventanilla; el padre y el hijo, quedaron en la estancia central. Prado pidió a la mujer que preguntara a un ejecutivo si le cambiarían el cheque por esa cantidad. Ella aceptó la sugerencia.










El funcionario del banco dijo que consultaría si tenían disponible la cantidad y, de ser así, pedir autorización. En eso estaban cuando Prado se aproximó al ejecutivo y le pidió que dividiera los 340 mil pesos en tres cheques de caja, pero aquél respondió que no se podía con el documento que portaban, por lo que planteó dos opciones: depósito en cuenta o en efectivo. Prado optó por esto último.










El ejecutivo entregó a la mujer un papel con un número y su firma y le dijo que pasaran a la caja de “clientes preferentes”, donde el dinero le fue traspasado por la cajera en billetes de mil y de 200 pesos. Pero algo inquietó a la clienta —según el reporte de la Procuraduría General de Justicia del DF—, pues en ningún momento la empleada fue discreta mientras realizaba la transferencia.










La situación de riesgo provocó que Prado se colocara cerca de la mujer, como “para cubrir con su cuerpo” la entrega de los billetes, mismos que ella guardaba en su bolsa. Terminó la recepción y avanzaron por el pasillo, aún en el interior del inmueble de la institución financiera, y la mujer cedió el bolso a Prado.










—Aquí está su dinero con todo y mi bolsa, para que se lo pueda llevar —le dijo, y aquél aceptó y se la colgó del hombro derecho.










Y salieron.










Y se dirigieron “al desarrollo” inmobiliario donde se localizaba el predio, como habían convenido, y le entregaría la llave del mismo, pues la mujer y su familia pretendían habitarlo. Prado le dijo que los acompañaría, pues tenía algunos pendientes en la construcción, por lo que se dirigieron al estacionamiento, donde abordaron su camioneta. Ella se acomodó en el asiento del copiloto; su hijo y esposo, atrás.










La camioneta enfiló por Miramontes, luego por la calzada de Tlalpan, hasta llegar a la calle San Simón, esquina con Centenario, donde Prado estacionó el vehículo; “y por costumbre e instintivamente”, describe el informe, la mujer “baja de la camioneta y toma la bolsa donde estaba el dinero”, que el conductor había puesto debajo del asiento, y los cuatro caminaron sobre San Simón, unos diez metros antes de dar vuelta en Centenario, donde está el edificio, y ya frente a la puerta de éste, después de que Prado había tocado el timbre, se aproximan dos individuos, uno de ellos con pistola, la cual dirige a Prado y a quien exige:










—Dame lo que sacaste…










Prado se abre el saco.










—Yo no tengo nada —dice.










Y al mismo tiempo que Prado mira a la mujer, el delincuente apunta el arma hacia ella, sin decirle nada, pero no sabe qué hacer.










—Mejor déselo —sugiere Prado.










Trata de resistir.










—Ahí están mis papeles…










—Dásela —le dice su hijo, al mismo tiempo que la toma del brazo, por lo que suelta la bolsa y los dos ladrones corrieron sobre Centenario.










Entonces su esposo corrió tras ellos, pero aquellos se perdieron en calles de la colonia San Simón. La agraviada le dijo a Prado que era importante hacer la denuncia en la delegación, pero aquél le dijo que no tenía caso, que no pasaba nada, que “nunca” hacían nada, y ella recordó que en su bolsa estaba su pasaporte, de modo que acompañada de hijo y esposo se presentaron en la Coordinación Territorial BJ-4, de la PGJDF, donde narraron lo que había sucedido.










Y se inició la averiguación.










Siete días después, la mujer recibió una llamada telefónica por parte de agentes de la Policía de Investigación, quienes le informaron que habían apresado a cinco sospechosos por el delito de robo a cuentahabientes, y que era necesario que asistiera, pues podrían estar los autores de aquel asalto.










La mujer, tras la cámara de Hessel, escudriñó a los detenidos y detuvo la mirada en el número cinco: ahí estaba uno de ellos, Luis Enrique, de 19 años, quien la había amagado y al que entregó la bolsa de lona color negro con una estampa de un corazón rojo y en cuyo interior había guardado los 340 mil pesos, su pasaporte, una cartera con dos tarjetas bancarias, de crédito y de débito, así como otros cuatro mil 500 pesos en efectivo, una mica con el finiquito de la compra del departamento y documentos relacionados con la misma transacción.










La averiguación, como otras de las más de 100 relacionadas con denuncias por el delito de “robo a cuentahabiente” que cada mes recibe la PGJDF, continúa su curso, pues hay cabos sueltos por atar. Sin embargo, una cifra negra danza al margen de las estadísticas oficiales, pues hay agraviados que se niegan a declarar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario